miércoles, 2 de agosto de 2017

Regreso a Montauk... de Volker Schlöndorff


Volker Schlöndorff, ex marido de Margarethe Von Trotta, está a poco de cumplir los ochenta años. A pesar de su ascendencia alemana, es de formación cinematográfica francesa y, de hecho ha sido considerado como uno de los puntales del “nuevo cine alemán”, traslación de la Nouvelle Vague a su país. Destacamos estos elementos, no por afán de biografías al personaje sino porque tienen relación directa con su última película, Regreso a Montauk.

Schlöndorff nos habla de un escritor, “Max Zorn” que se reúne con su esposa en Nueva York para promocionar su última novela en Estados Unidos. Lo que el autor cuenta en su novela es una historia personal: su relación con una mujer de aquella ciudad y las razones por las que esa relación fracasó. Ambos, el escritor y su antiguo amor -como no podía ser de otra manera- se encuentran. Nada es ya como antes. Él es un escritor consagrado y ella una abogada cotizada, una neoyorkina más, así que deciden pasar unos días en Montauk, una población próxima a Nueva York y que, dicho sea de paso, reconocemos por haber aparecido en alguna película (¡Olvídate de mí! [2004] con Jim Carrey) y en series televisivas (Revenge y The Affair en donde transcurre la trama). La ciudad es identificable especialmente por su fotogénico faro.

La película nos dice que el tiempo no pasa en vano. No solamente cambiamos nosotros sino que cambia nuestra percepción de otros que, por su parte, también han cambiado. No hay amores que resistan separaciones de muchos años. Tal es el mensaje de la cinta. ¿Entiende ahora por qué destacaba en el primer párrafo la edad de su director? Con cuarenta años menos y con las ideas de la “nouvelle vague” vivas y activas en sus neuronas de director, Schlöndorff habría hecho otra película, con otro mensaje. Probablemente con la cámara más libre y el argumento más desgarrador, sin excluir un suicidio final de los amantes después de una complicada velada existencialista, salpicada por planos detalles, picados y contrapicados o expresivos planos-secuencia. 

Buena parte del peso de la trama recae sobre Nina Hoss cuya actuación describe perfectamente la situación emocional de una mujer cuya atracción por el escritor tenía fecha de caducidad y, reactualizarla es algo tan inútil como tratar de ponerse un vestido del baúl de los recuerdos de hace veinte o treinta años: ni las hechuras, ni el estilo, ni los colores, nada, en definitiva, pueden salvarse, salvo el tener un buen recuerdo. Sin embargo, el escritor quiere que todavía exista fuego en unas cenizas que se extinguieron hace 20 años, y hoy están ya desintegradas y volatilizadas con el viento. Su personaje de “Rebecca”, por su parte, tiene una escena genial que, por algún motivo me remitió a la Marilyn Monroe de Vidas Rebeldes (1961).

Un veterano como Schlöndorff, en cuyo haber se cuentan películas memorables como El joven Törless (1966), El tambor de hojalata (1979), Homo Faber (1991) o El noveno día (2004), en nuestra opinión su mejor película, y cuyo recorrido en la dirección supera el medio siglo, no puede cometer errores en sus producciones. Si exceptuamos el tinte de pelo del veterano Stellan Skarsgard (que interpreta al escritor “Max Zorn”) que resulta increíble y que opera el efecto contrario al esperado, acentuando su edad, el resto de la película es técnica y estéticamente correcta. Skarsgard, por lo demás, defiende perfectamente al personaje, se identifica con él, insiste en conseguir verla de nuevo con tal vehemencia que casi podría dar la impresión de ser un acosador. Se ha dicho que la pareja protagonista no muestra empatía. Y efectivamente, así es, porque tal es el mensaje de la película: el pasado, es pasado y nunca ha retornado. 

Tras ver esta película podríamos preguntarnos si queda algo del “nuevo cine alemán”. Poco, de hecho. Si tenemos en cuenta que, en su origen, aquellos directores (Fassbinder, Herzog, Wenders, y Schlöndorff) solían tratar problemas de jóvenes y justificaban las posturas contestatarias de los 70 o que otro de sus rasgos era el plantearse problemas del pasado de su país (el trauma tanto del nazismo como de la desnazificación, de una Alemania, no solo vencida, sino rota y dividida), e incluso el interés por la mentalidad femenina y por examinar los problemas sociales a partir de esa óptica, veremos que esta película tiene muy poco de aquella escuela de la Schlöndorff fue uno de los introductores y, sin duda. A la pregunta de si debemos entonar el miserere por el “nuevo cine alemán”, la respuesta es sí. Esta película certifica una defunción y en el epitafio debería decir: “Aquí yace, vencido por el tiempo”. Porque, de hecho, esta película, con todo el interés que puede tener –y que, de hecho tiene– no deja de ser un melodrama sentimental, una película muy masculina de un director maduro, ya en la tercera edad, y dirigida, no a contestatarios, ni a jóvenes airados por su época, sino a aquellos que miran el ayer, a quienes están dejando atrás la madurez y empiezan a ser conscientes de que tienen más pasado que futuro. 


La película es recomendable, en primer lugar para amantes del cine alemán y para quienes aspiren a seguir su evolución. Luego muy recomendable para hombres maduros que precisen una ayudita para revisar su pasado y superar algunos atascos emotivos y sentimentales, especialmente para quienes tienen, de tanto en tanto, la tentación de contactar con mujeres que amaron en otro tiempo, como aquel tango de Gardel: “Volver al primer amor”, como si ese amor, esa vida se hubiera congelado, hibernado, esperando un regreso, como si no hubiera tenido vida propia. Seguro que muchos de ustedes conocen esta situación.

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