domingo, 17 de julio de 2016

Borgen

Borgen o el discreto encanto de la política danesa


Hay series que marcan estilo en la televisión mundial. Borgen es una de ellas. Trata sobre la política danesa: recordará a muchos House of Cards (que trata sobre política estadounidense), Marseille (que trata sobre política marsellesa, que se como aludir a toda la política francesa), o nuestra olvidable serie de Antena 3 El embajador (que intenta tratar de política española… sin, por supuesto, hacer nada más que una caricatura insulsa). La “madre” de todas estas series y la que se anticipa a todas ellas es Borgen: House of Cards aparece en 2013 y, aunque sus promotores se empeñen en hacer de ella una adaptación de una miniserie británica del mismo nombre que data de 1990, seguramente nadie se hubiera acordado de ella de no ser por las tres temporadas de Borgen que se prolongaron entre 2010 y 2013. 

El nombre de la serie alude significativamente al palacio de Christiansborg, situado en Slotsholmen, el “islote del castillo”, en Copenhague, sede del parlamento y del Tribunal Supremo danés. Es pues una serie sobre las interioridades del gobierno de Dinamarca. Y sorprenden. De hecho, la política danesa ya nos sorprendió hace unos meses cuando vimos la serie danesa Forbrydelsen (2007) donde Lars Mikkelsen interpretaba a “Troels Hartmann”, un ministro danés, sospechoso de participar en un crimen. El ministro no iba ni en coche oficial ni había que pedir cita con él, ni siquiera superar a su escolta para cruzar unas palabras. Cuando nos sorprendemos de que un ministro tome el taxi para ir a su casa es que nos hemos habituado a ver demasiados ceporros y ceporrillos en coche oficial. “Troels Hartann” vivía en un discreto apartamento y su máximo lujo era utilizar una “polvera” pagada por el partido (y a espaldas del propio partido, claro): era un tipo normal y corriente. Uno se preguntaba: ¿y por qué no tenemos políticos de ese estilo en el mundo latino? Respuesta: porque aquí creemos que los políticos pertenecen a otra raza. 

En las tres temporadas de Borgen hemos tenido ocasión de reafirmarnos en las mismas opiniones. La serie, en sí misma, es interesante, casi diría una pequeña obra maestra de la ficción política. Lo que aprendemos sobre democracia es muy superior aún. Y lo hacemos a través de las peripecias personales y políticas de su protagonista “Birgitte Nyborg”, política de centro, primero en la oposición, luego primera ministra, finalmente dirigente empresarial y opositora, así como de sus vicisitudes personales y las de su entorno político y familiar. Este papel central está representado por Sidse Babett Knudsen, y le valió ser nominada a los Premios Emy. La actriz ya nos había causado una excelente impresión en la miniserie danesa 1864


En todos los países del mundo la política es en el siglo XXI un oficio maldito; pero en unos más que otros. Toda clase política es, en sí misma, marrullera (en política el fair play es como escalar el Everest con chancletas), implacable (la debilidad no permite ni acercarse al atrio del templo de la política) y egocéntrica (el político se sitúa a sí mismo, siempre por delante de su proyecto), sólo que en los países nórdicos todavía tiene una dimensión humana, mientras que en EEUU es simplemente carne de psiquiátrico de la que “Francis Underwood” es arquetipo. Esa dimensión humana es la que nos muestra Borgen en cada episodio.
La serie sabe conjugar los aspectos políticos con los personales en una combinación de gran realismo, gracias a un guión particularmente brillante y que roza lo políticamente incorrecto con cierta frecuencia. Y esto, a pesar de que la protagonista es lo que, en términos de política mediterránea podría ser considerado como una “progresista moderada de centro”. Esta orientación está presente en sus acciones e iniciativas. El centro, como se sabe, compromete a poco, toma un poco de de la derecha, otro poco de la izquierda y nunca suscita enconos particulares de unos o de otros. Por eso era necesario que la protagonista fuera de centro. 

Los partidos que se mencionan en la trama responden al esquema de la política danesa, con otros nombres. Cabría recordar la pequeña diferencia de que el Partido de la Libertad, que en Borgen, es el partido de extrema-derecha, parece minúsculo, cuando en realidad, su equivalente en la realidad, el Dansk Folkeparti es el segundo partido de Dinamarca con 37 escaños, a sólo diez de distancia del Partido Socialdemócrata. Se da, curiosamente, una circunstancia parecida a la de la serie Marseille que transcurre en una ciudad en la que, aparentemente, la extrema-derecha es una fuerza marginal, cuando en realidad el Front National es, con mucho, el primer partido de la ciudad con el 35,85% de los votos. Si citamos este dato es, precisamente, porque la figura de “Sven Ag Saltum”, presidente del Partido por la Libertad está tomada, no del presidente del Danks Folkeparti, Kristian Thulesen, sino del ex presidente del Front National francés, Jean Marie Le Pen, que finalmente, ha sido sustituido por su hija, menos agresiva y más telecomunicadora, Marine Le Pen. En el último episodio de Borgen, “Sven Ag” es reemplazado por su pupila, presentada como una oportunista seductora. Vale la pena recordar este dato porque la política europea va cambiando y sería bueno que las series registrasen esos cambios y no equilibrios que se dieron hace 20 años.

Hay detalles de este tipo, curiosos, que muestran que los guionistas han trabajado la construcción de la trama y lo han hecho minuciosamente. Los medios de comunicación ocupan un papel central. De hecho, la serie, especialmente en su tercera temporada, discurre sobre dos vías paralelas: política y comunicación. Quizás este segundo raíl sea algo inferior y hubiera debido ser más “poderoso”: los amores interminables entre la presentadora de televisión y el responsable de prensa de la presidencia (interpretado por Pilou Asbaek, uno de los actores más conocidos –y brillantes– de la escena danesa) tienen demasiados altibajos y, por lo demás, la pareja carece de química. En la tercera temporada esta relación pasa a segundo plano.


La democracia danesa (una monarquía constitucional) es sólida. Parece un pueblo al que la democracia se le adapta como un guante. Tienen problemas políticos, claro está, pero les ayuda el que quien quiera estar en el candelero de la política debe tener una trayectoria personal limpia y cierta austeridad en el vivir. En los países mediterráneos, da la sensación de que el primer problema es, precisamente, la clase política y la crispación permanente que genera la lucha entre fracciones al abordaje que se disputan el mismo botín: los presupuestos generales del Estado. Cuando tengamos un presidente del gobierno que viva en un apartamento pagado con su sueldo y su jefe de prensa vaya al trabajo en bicicleta, quizás el nivel de votantes alcance el 88% de Dinamarca, veinte puntos por encima del nuestro.

Si se trata de valorar cinematográficamente la serie, cabe decir que contribuye a realzar el interés por las cinematografías de los Países Escandinavos. Guión fuerte y variado. Interpretación brillante. Ritmo narrativo, bueno y a ratos trepidante.  Fotografía aceptable. Recomendación: serie ineludible. Entretenimiento garantizado. Reflexión final: solamente países en donde verdaderamente existe un espíritu democrático son capaces de producir series como Borgen o House of Cards. En el resto, nos debemos contentar con Marseille o El Embajador, en las que hay más interés en echar balones fuera que en describir los mecanismos de la política nacional… algo que ningún partido mayoritario de esos países desea.

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